
Confieso que a mis cuarenta y cinco años de edad y después de haber estado en muchas situaciones comprometidas, jamás me había ocurrido nada similar a aquel curioso día.
La jornada había sido intensa, yo diría que más ajetreada de lo habitual. Se acercaban las vacaciones de verano y el trabajo se multiplicaba. Los clientes querían tener su pedido a tiempo y había que exprimirse a fondo para cumplir con todos los encargos.
Era última hora de la tarde de un veintisiete de julio y el sol se hacía el remolón negándose a abandonarme. La enésima gota de sudor caía por mi mejilla y yo, como cada día al finalizar la jornada, conducía hasta el área de servicio a tomar una cerveza bien fría. Una de esas que al verla caer sobre la copa helada provocaba en mí unas ganas irresistibles de sumergir los labios y regocijarme con sorbos intensos. Oh, por Dios, con aquellos calores era lógico que el mejor momento del día fuera sentir el placentero líquido refrescando cada centímetro de mi boca.
Estaba próximo al aparcamiento y mi mente continuaba divagando abiertamente cuando, de repente, apareció ella dejando entrever sus preciosas curvas. No sé cómo explicarlo, fue como un flechazo. Nadie más la acompañaba, estaba frente a la puerta del bar con los ojos alumbrando hacia mí. Era joven, esbelta, y tal como me aproximaba tuve la impresión de que su apariencia sofisticada tenía un puntito juguetón que encendía mi curiosidad.
Sentí un impulso al que no pude resistirme y aparqué ante ella. Sequé mi sudor, me acomodé la camisa y cogí la cartera. Cuando tenía una pierna apoyada sobre el asfalto recordé que algo se me olvidaba junto al asiento; el teléfono móvil. Al salir del auto me dirigí hacia ella y comencé a observarla sin disimulo. El blanco resplandeciente de su figura me cautivó.
Desde el primer instante que la vi presentí que ambos estábamos predestinados a encontrarnos en aquel preciso lugar. Dejé fluir mis pensamientos y me imaginé tocándola y sintiendo cada uno de sus rincones.
Pensé que tal vez había llegado la hora de poner fin a mi vieja relación y con todo mi descaro me aproximé aún más con la intención de anotar su teléfono. ¿Quién sabe? La edad no perdona y, sin quererlo, uno se ve tentado y seducido por otra más joven, con un mejor aspecto y deseoso de compartir nuevas experiencias.
Me llamo Andrés Ventura, soy conductor profesional. Paso mis días en la carretera y sí, estás en lo cierto, aquella furgoneta me enamoró desde el primer vistazo.
©Luis David Pérez. Julio de 2019