En búsqueda del lugar donde se crió el protagonista.
Estoy inmerso en la escritura de lo que será, si todo va bien, mi primera novela. Era algo que rondaba por mi mente durante mucho tiempo y finalmente me animé a escribirla. Uno de los procesos más densos y a la vez apasionante es, sin lugar a dudas, las localizaciones. Digo esto porque mi cabeza ha estado en ebullición durante unos meses dando forma a la idea, trama y personajes. Están creados en tu interior, sabes dónde sucede y quiénes son, pero ponerles imágenes reales es una auténtica pasada.
Tras haber dejado madurar las decenas de ideas, llegó el momento de empezar a escribir los primeros capítulos, esto fue hace tres semanas y nuevamente, como con el anterior proyecto, es una experiencia creativa y emocionalmente, muy liberalizadora. Dar forma a algo que ha nacido de tus pensamientos, e ir hilándolo para finalmente darle vida, proporciona mucha satisfacción.
Parte de la historia sucede en un pequeño pueblo de Asturias y allí estuve hace unos días. Es una tierra que conozco muy bien y andaba buscando algo muy concreto, que concentrara unas características especiales. Barajé varias opciones hasta que sin darme cuenta, me encontraba dentro del lugar donde transcurre la historia. La sensación fue increíble, todo cuadraba. Es como si me hubiera introducido dentro del libro. Reunía todo lo que había imaginado tantas veces en mis pensamientos; el paisaje, la gente, las tradiciones y varios elementos físicos que solo allí podían encontrarse.
Desconocía aquella villa, pero llegué a ella sin saberlo. Esto es parte de la magia que tiene el proceso de escribir un libro. Como hice con las primeras localizaciones en Madrid, posteo algunas imágenes de lugares y elementos que seleccioné estos días y tendrán su protagonismo en el texto.