Lo que sucede cuando uno se deja sorprender.
Hoy decidí salir a caminar, un paseo sabático. Apartado de la rutina y actividad diaria, he tomado unos días libres, en solitario. Con la mochila y cámara fotográfica en mano, arranco la jornada. No sé si madrugar ayudará, lo que si estoy seguro es que me ha dado la posibilidad de disfrutar unos paisajes a contraluz preciosos.
Voy bordeando la costa y me encuentro restos del reciente temporal sufrido en la zona. Ramas, basura y maleza se amontonan en la orilla de la playa.
Caminar sin prisa, te permite recrearte en detalles. Alguna señora estará echando de menos una zapatilla de estar por casa.
No llevo teléfono ni música. Apenas hay nadie por la senda. La mente comienza a trabajar por libre, a idear cosas. Continuamente la devuelvo al presente para que disfrute del precioso paisaje. Mientras tanto, a lo lejos observo a un hombre. Prepara su caña con mimo.
Estoy rodeado de naturaleza. Se escucha chocar el mar contra las rocas y las gaviotas moverse de lado a lado. Entre pinos y cactus, me llama la atención este, con su colorido fruto tomando el protagonismo.
Esta experiencia, la de estar en soledad, ya sea una mañana, días o semanas es algo que sana, al menos, interiormente. Estar sin distracciones, obligaciones, horarios ni nadie que te controle, es una sensación de libertad. Eres dueño de cada segundo. El tiempo pasa despacio y cunde mucho.
Dedicas espacio para pensar y reflexionar, poner cosas en orden. Personalmente, son instantes repletos de creatividad donde van surgiendo ideas. Alejarte un poco del ruido diario tal vez no solucione problemas, pero seguramente te ayude a indagar y descubrir cuál es la mejor forma de acometerlos y solucionarlos.