¿Qué pensamientos viajan por la mente de un escritor cuando su obra ve la luz?
Cualquier lector pensará que el autor está deseando vivir el momento en que su obra cruce el puente para estar disponible al resto del mundo. Y es cierto. No sé si será la finalidad de todos los escritores, pero sí que es la realidad de todos los que deciden publicar.
Hace unos días estuve en Asturias. Realicé una tertulia literaria para expresar varias inquietudes y también hablar un poco del proyecto que va a ver la luz en estas fechas; mi novela La promesa de Ruth. El Salón de Actos del Centro Cultural de Mieres fue llenándose de lectores deseosos de pasar un ratito entre libros.
Como ya escribí en el post ¿por qué escribo? aprovecho la escritura y las ocasiones que esta me ofrece para expresar emociones. En aquel instante, una serie de sentimientos contrariados recorrían mi ser y quise transmitirlos a los allí presentes.
Utilicé un símil que me parece ideal para que el público entendiera la idea que deseaba expresar. Quise hacer un paralelismo entre los sentimientos de una futura madre y los de un escritor que va a publicar.
Todo nace con una idea. Poco a poco se convierte en ilusión hasta que, una vez decidido, se da el primer paso. Cuando el proyecto acaba de comenzar, ambos se involucran en él y ponen todo su mimo. Cuidan cada detalle y se encariñan con lo que van sintiendo. La madre, tras más de nueve meses de “trabajo”, ve cómo se acerca el momento del alumbramiento y, sin poder dar marcha atrás, da a luz un bebé de tres kilos de peso, un ser preparado para vivir. El escritor o escritora decide poner el punto final a su obra tras un trabajo exhaustivo de documentación, redacción, corrección, maquetación, edición y demás. Por su parte, logra sacar su obra a la luz, una novela que ha tardado en gestarse (en mi caso) dos años y medio y que tan solo pesa seiscientos gramos.
Lo importante de este símil, a parte de lo expresado, es que tanto la madre como el autor sienten una explosión de alegría en el momento del alumbramiento, pero a la vez una enorme sensación de vacío. Durante el proceso ambos han tenido que convivir con las dudas. Después, esas dudas toman otras formas y en ocasiones van amplificándose llenándoles de miedo la cabeza.
¿Habré hecho lo correcto? ¿Me habré equivocado en algo? ¿Estaré a la altura? ¿Será aceptado o aceptada por la sociedad? Son algunas de las muchas cuestiones que bombardean nuestra sien y que pueden llegar a frustrarnos. El éxtasis de la espera del momento se convierte en el mayor de los vacíos, llegando incluso a acomplejarnos.
Creo que, al igual que en otros ámbitos de la vida, esta situación es extraña a oídos de la gente, y la amplia mayoría de los lectores piensan que el autor que tienen frente a ellos solo siente euforia. Mucho más lejos de la realidad. Hay miedos, muchos miedos, y todos son fabricados por el propio autor. Como en otras muchas ocasiones, vuelvo a citar la educación emocional, esa de la que tanto se habla en la actualidad y que busca ayudarnos a gestionar las emociones para lograr actuar de forma consciente y racional.

Aquel día comencé mi ponencia diciendo que era un chico introvertido al que le daba pánico hablar delante del público y que me perdonaran si me trababa la lengua o veían mis piernas temblar. Ninguno de los presentes quería estar en mi pellejo, eso era evidente. Aproveché para citarles algo en lo que llevo trabajando desde hace unos años:
“Un día descubrí que una de las mejores maneras de aprender sobre uno mismo es afrontando momentos incómodos. Desde aquel instante, no dejo de provocar momentos incómodos y este es uno de ellos”.
Autor, escritor o lo que quieras ser, confía en ti, en tu trabajo y aprende a convivir con la incertidumbre. Para no temer a la incertidumbre te aconsejo hacer algo transgresor: hacerte amigo de ella.
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