Cansado de ser políticamente correcto

¿Por qué he decidido comenzar a usar tacos en mis novelas?

No lo vas a creer, pero hoy me siento agitado porque he escrito cinco tacos seguidos en una novela. Sí, sí, no te rías. O mejor, ríete, que la cosa tiene gracia. Soy una persona que, tal vez por haber trabajado cara al público durante muchos años, tiendo a medir el vocabulario que utilizo, tal vez en exceso.

Acabo de recordar una conversación que tuve hace unos meses con Rubén, mi amigo de la infancia. Mostró interés por la novela que yo estaba escribiendo y se prestó voluntario para ser lector cero. Me sorprendió su osadía porque, según indicaba, no era un lector asiduo.

Quedamos meses después, era un sábado por la mañana. Decidimos pasear por la montaña y, en un ambiente alejado de la urbe donde nada podía distraernos, comenzó a analizar los pros y los contras que había encontrado en la lectura de la novela. Aún tengo presente el instante en que se animó a sincerarse conmigo y comunicarme algo que, a su modo de ver, era transcendental para el estilo del texto.

Se nota que la novela está escrita por una buena persona. Los personajes tienen personalidades marcadas, pero, hostias Luis David, hay veces que tienes que soltar algún taco.

El mensaje de mi querido amigo fue revelador, yo diría que transgresor. En los últimos años he leído mucho sobre perfiles de personajes, caracterización, personalidades y también me he formado para mejorar todos estos aspectos. En más de un sitio leí que había que huir de escribir tacos, insultos y vulgaridades. Pero es que, como dice Rubén; a veces hacen falta.

Aquí tenemos un ejemplo. El siguiente fragmento forma parte de la lectura que les pasé a los lectores beta:

El mandamás finalizó con su teatrillo y, tras justificarse, esperó una reacción por parte de Pablo quien, pese a no ser una persona con carácter o agresiva, tenía unas ganas inmensas de coger a aquel individuo y hacerle daño, pero aparcó dichos pensamientos para responderle con cortesía.

—Fue una experiencia que no le deseo a nadie —dijo Pablo.

Pero, una vez que eliminé el filtro de mi propia personalidad y decidí mostrar en lugar de narrar, quedó algo mucho más natural:

Pablo no podía creerlo, sus ojos parecían querer salirse de las órbitas y hacia sus adentros trataba de encontrar una explicación.

«No puede ser. El abogado me dijo que no vendría nadie a visitarme. Pero ¿qué hace este personaje aquí? El muy desgraciado se ve que no tiene bastante con la paliza que me han pegado, que aún viene a pasar revista. Míralo, todo engalanado con ese uniforme militar y las medallitas ordenadas y brillantes. Me cago en todo, que el tío está cerrando la puerta por dentro. Joder, pero si se va a quedar a solas conmigo».

¿Ves a qué me refiero? El protagonista no es agresivo ni tiene carácter, por lo tanto es incapaz de expresar tacos en público. Pero eso no quita que, para sus adentros, lance todo tipo de improperios. ¿Por qué no mostrar esa realidad?

Es un simple ejemplo, pero el aprendizaje que recibí va más allá. En el post titulado ¿Por qué escribo? mencioné que escribir proporciona libertad y es una terapia con el poder de sanar, al menos para mí. Es probable que todavía haya un filtro que superar: gustar a todo el mundo. Y poco a poco me doy más cancha libre para dejar fluir las acciones de los personajes, dejando que cada cual sea como es.

En la escritura, como en la vida misma, se presentan ocasiones en las que uno tiene que sacar el genio. En la novela que estoy escribiendo en estos momentos hay un personaje que cada dos por tres finaliza sus frases con un joder. Ella es así y no lo he filtrado porque no quedaría natural. No la imagino diciendo recórcholis mientras se está metiendo un chute por el brazo.

Stephen King, en su libro Mientras escribo, dice que el lenguaje no está obligado a llevar permanentemente corbata y calzado de cordones. Aplicado al tema que hoy expongo, vendría a decir que puedes tomarte ciertas libertades y salirte de lo correcto o académico si la situación lo requiere.


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